Hace más de un cuarto de siglo que algunos empezábamos a trabajar en el desarrollo del turismo en nuestro medio rural. Se relacionaba por aquella época con la animación socio comunitaria, basada en la necesidad de buscar nuevas alternativas económicas a esos pueblos que habían perdido su población más joven buscando el futuro en las grandes ciudades, habiendo dejado en el terruño a sus mayores. pero que sin embargo precisaban de conservar las tradiciones populares con el fin de transmitirlas a las generaciones futuras.
Comenzamos a implicar a la población local en la necesidad de recuperar actividades y oficios que ya en aquel momento estaban a punto de desaparecer, la fragua abandona y su fuelle carcomido por los roedores, necesitaba preservarse, del mismo modo que ese lagar semiderruido, punto de encuentro de los habitantes del lugar, que necesitaba de un trabajo comunitario para poder volverse a disfrutar.
Ya en aquella época comenzamos a hablar de turismo rural, actividad que se desarrollaba con notable éxito desde los años sesenta en el medio rural de países vecinos como Francia o Inglaterra, pero que sin embargo, hasta bien entrada la década de los noventa nos costó asimilar como algo nuestro, aunque habíamos hecho nuestro primeros pinitos con una iniciativa pionera denominada “Casas de Labranza”, promovida por el Ministerio de Agricultura, pero que nunca llegó a cuajar.
Y llegó el desarrollo rural de la mano de los burócratas de Bruselas, que sentados en sus despachos de ciudad, diseñaron una iniciativa comunitaria novedosa e innovadora, con un enfoque ascendente, de abajo a arriba decían, como si nosotros no hubiésemos puesto en práctica ese enfoque cuando reuníamos en el teleclub del pueblo a los vecinos y les animábamos a limpiar y recuperar el ábside románico del s. XII que se utilizaba hasta ese momento como local de celebración en las fiestas de la localidad, para convertirlo en un centro de interpretación del románico rural del sur de la provincia de Soria.
Sin embargo, ese afán intepretativo de nuestro pasado, nos ha llevado a la proliferación de pequeños centros o museos, en muchos casos repetitivos de ese saber hacer local, que por desgracia han cerrado sus puertas unos meses después de su inauguración, por pensar en su apertura antes que en su manutención