Estamos asistiendo estas últimas semanas a los encuentros de responsables de una serie de comunidades autónomas que tienen como rasgo característico su acusada despoblación. Como era lógico Castilla y León tiene mucho que decir de ese mal endémico al que no se le ha sabido poner solución ni con planes ni estrategias ni con iniciativas novedosas.
La burbuja inmobiliaria del mismo modo que nos dibujó una sociedad ficticia, con un consumo fuera de cualquier realidad objetiva, también nos atrajo un importante número de mano de obra extranjera que fue disimulando en su momento la cruda realidad de la pérdida de población en un número importante de regiones. La crisis económica ha paralizado la actividad y el empleo, animando a un número importante de emigrantes a repatriarse a sus lugares de origen; si a esto unimos la diáspora de población activa que trata de buscar una salida profesional fuera de la tierra que les vio nacer, la conclusión nos invita a asistir a territorios con pocas posibilidades de salir a delante.
Esta realidad, quizá sea mucho más grave en provincias como Soria, dónde los ímpetus de la despoblación han golpeado muy fuerte desde mediados del siglo XVIII. De nuestras Tierras Altas despobladas y abandonadas por los ganaderos de la Mesta, siglo tras siglo, como una mancha de aceite el fenómeno despoblador ha hecho su aparición en todo el medio rural de la provincia y nada ni nadie ha sido capaz de atajarlo o al menos minorar en alguna medida su incidencia.
Llevamos casi un cuarto de siglo apostando por el desarrollo del medio rural, promoviendo iniciativas innovadoras para nuestros territorios gracias a los añorados fondos europeos, se han invertido a lo largo de estos años unos cuantos millones de euros en intentar contener esta continua pérdida de población en nuestros pueblos, pero los esfuerzos han sido en vano. Si a esto añadimos que la crisis ha calado mucho más hondo en los servicios básicos del medio rural, las desigualdades con lo urbano toman dimensiones incontestables.
En definitiva y por desgracia, nos situamos en un territorio despoblado como la Laponía, pero con la diferencia que nosotros estamos en el sur, ese sur que casi nunca existe