Con la aprobación del Decreto que regula los alojamientos de turismo rural en Castilla y León hace unos meses y que ha entrado en vigor hace poco más de treinta días, observamos como un número importante de negocios de turismo rural están en desacuerdo con la opción final de obviar a las casas de turismo rural de alquiler compartido, que habían sido el germen de ese primer turismo rural que inicio su andadura en nuestra provincia a comienzos de los noventa de la mano del primer grupo de acción local puesto en marcha en Soria, en la comarca de Pinares y El Valle.
Sin duda esos primeros negocios de turismo rural, tenían como referencia la experiencia española de turismo en casas de agricultores, que se desarrolla con la denominación “Vacaciones en Casas de Labranza” desde 1967, basada en tres premisas fundamentales que no podemos olvidar. La primera hace referencia a la evolución social y económica que se había producido en España en los últimos veinte años, generando la necesidad y la posibilidad de hacer turismo por parte de amplios sectores de población urbana a unos precios razonables. En segundo lugar, muchas zonas rurales disponían de bellezas naturales y valores culturales que, constituían importantes recursos potenciales para la población agraria. Por último, destacar que los agricultores y sus familias, contando con los apoyos precisos, eran capaces de desarrollar acciones individuales y asociativas, conducentes a la elevación de su nivel socioeconómico.
Con estos mimbres, se ha conformado a lo largo de estas últimas décadas, una actividad económica complementaria en la mayoría de los casos a la actividad principal del agricultor o ganadero, puesta en marcha en la mayoría de los casos por la mujer rural, que entendió desde un principio la filosofía de ese turismo rural que tanto éxito tenía en Francia en los años sesenta y que enseguida saltó los Pirineos, para conformarse en un nuevo modelo denominado agroturismo en el País Vasco y Navarra principalmente.
La idea bucólica de ese turismo rural primigenio ha desaparecido de la mano de las grandes centrales de reservas online que inundan todo, capaces de vendernos por Internet el más recóndito de los parajes rurales que nos podamos imaginar, eso sí, sin acceso a la red.