A falta de poco más de dos semanas para recibir un nuevo periodo vacacional que nos haga salir del largo letargo invernal, los augurios de ocupación de los establecimientos hoteleros de nuestra provincia no son nada prometedores. Hace unos años el cartel de completo en los negocios de hostelería tenían unas fechas marcadas, Semana Santa y las dos primeras semanas del mes de agosto, en especial los días en torno a la festividad de la Virgen, eran por decreto fechas donde hubiéramos necesitado duplicar nuestros hoteles y nuestras casas rurales para poder satisfacer a todas las personas deseosas de visitar nuestra provincia.
En estos momentos, esta sensación de baja ocupación se certifica en un número importante de provincias del centro y el norte de nuestro país, donde no alcanzamos ni el cincuenta por ciento de reservas confirmadas, siendo los datos mucho más preocupantes si nos referimos al turismo rural. Por tanto la situación es muy preocupante para el empresario de turismo de nuestra provincia, que en la mayoría de los casos ha hecho un esfuerzo inversor importante en la puesta en marcha de su negocio, con unos estándares de calidad muy altos que sin duda han aumentando la calidad y el confort de los establecimientos pero también han acrecentado la inversión; si bien, tampoco podemos olvidar el día a día de esos negocios dispersos por esos cientos de pueblos que jalonan nuestra provincia, en muchas ocasiones con malas infraestructuras viarias, con escasos servicios públicos que puedan atraer a una familia a vivir en estos pueblos, con nula oferta de personal cualificado que nos ayude a sacar el negocio adelante, siendo muchas veces necesario ir a buscar al cocinero o al camarero de nuestro establecimiento todos los fines de semana a la ciudad más próxima, para poder dar un servicio digno a nuestros clientes.
Resulta tan duro como real el modus vivendi de nuestro mundo rural, tan añorado e idolatrado por los urbanitas, deseosos de pasar un fin de semana entre nosotros, pero que el domingo regresan en procesión a su hábitat. Nada resulta más real que darse una vuelta cualquier día del mes de enero o febrero por Tiermes, Caltojar o Rello, percibir la belleza de la historia en estos lugares y también el esfuerzo y el trabajo de los empresarios que apostaron por poner en marcha un negocio de hostelería en la tierra que les vió nacer.